lunes, 27 de diciembre de 2010

Las telecomunicaciones en Israel

Recordemos aquellos días en los que no teníamos teléfonos móviles. Todo empezó con el “busca” o “beeper” para seguir con aquellos teléfonos portátiles que apenas entraban en nuestros bolsillos. Recordemos aquellos días en los que marcábamos con un teléfono analógico desde casa dibujando círculos con nuestro dedo y sin marcar ningún prefijo provincial, y nuestra factura tenía la misma forma para todos los españoles, con la marca de Telefónica.
Desde la liberación de las telecomunicaciones en España, junto con la aparición en escena de la red de redes, hemos visto pasar ante nuestros ojos numerosos cambios, avances tecnológicos y sobre todo, unas telecomunicaciones cada vez más accesibles a todos, más baratas y de mejor calidad. No me voy a meter en si tiempos pasados fueron mejores, pero ahora puedo disponer de diferentes opiniones provenientes de todo el mundo en cuestión de segundos, puedo aprender a diseñar una página web o puedo comunicarme con todos vosotros, desde la pantalla de un ordenador en mi casa o desde un diminuto dispositivo móvil desde el asiento de un autobús en el transcurso de un viaje nocturno.
Para bien o para mal, ésta fue la profesión que aprendí y en la que he trabajado. Desde mi llegada a Tel Aviv, he sufrido de un mercado mucho más abusivo con los usuarios que el español. Ahora sí, se están acometiendo unos cambios necesarios:

jueves, 23 de diciembre de 2010

No es Navidad para todos

Antes de empezar, diré que para mí sí lo es. Pero así como la Navidad es una época especial para la gente que siempre me ha rodeado y para mí, sería bueno que supiéramos que no estamos sólos en el mundo y que hay mucha gente con tradiciones y creencias diferentes. Y que las respetáramos y que incluso las disfrutáramos también con ellos. También deberíamos acordarnos de aquellos que, por causas ajenas a su voluntad, no podrán disfrutar de las navidades con sus seres más queridos.
Por suerte, y mucha suerte tengo, voy a vivir unas navidades completitas. Vienen a visitarme mi madre y mi hermana y pasaremos un fin de año irrepetible en Cairo –papillo, ¡te voy a echar de menos!-. Y este fin de semana viviré la Navidad de Belén: visita turística a Mar Saba, cena a la europea en Belén y presenciar el jaleo que se debe montar en Belén con las misas del gallo y demás. El día de Navidad visitaremos el campo de refugiados de Dheisheh en las afueras de Belén.
Vivir en Israel significa no estar envuelto en lo que significan las navidades en los últimos tiempos en España. Quizás tenga una consecuencia positiva: voy a vivir la Navidad porque quiero y no porque me torpedean con ella desde todas partes. Y será Navidad desde hoy hasta que vengan los Reyes Magos, la mejor fiesta que tenemos en nuestra cultura.
Sin embargo, estoy echando en falta las cenas navideñas, los mercadillos solidarios, las champanadas, el viaje a Torrelavega en autobús esquivando temporales de nieve de los últimos años. Como siempre, hay pros y contras. Pero lo que aprenderé esta año y nunca se me olvidará, es que no es Navidad para todos. Y eso, en Israel, se multiplica por mil. Cada ciudad y cada familia es un mundo.
Por regla general los israelís, sobre todo los judíos, no celebran la Navidad. Sin embargo, Tel Aviv es una ciudad cosmopolita que se apunta a celebrar todo. Sin tener obviamente una tradición, llevo viendo ofertas  de “christmas parties” toda la semana. En Haifa, llevan celebrándose durante todo el mes unos festivales dedicados a “los tres años nuevos”, en honor a, posiblemente la ciudad más multicultural de Israel: en el mes de diciembre se celebran el año nuevo cristiano y el musulmán, y el Hanuka judío; en septiembre, se celebró el año nuevo judío, Rosh Hashaná. Durante estos días Papás Noel se pasea por las empinadas colinas de la ciudad.
Más sobre la Navidad en Israel: comida de Navidad en casa de un judío que cree en Jesús –existe un movimiento llamado “judíos por Jesús”-, en Jerusalén, cena de nochebuena en casa de una chica suiza con la típica Navidad centroeuropea -con fondue de queso emmental- y en el desierto del Negev, la rave del Goa galáctico durante 3 días para empezar el año…
En definitiva, ¡Feliz Navidad! Y para todos aquellos con quienes me gustaría compartir estos días, y a quienes echaré especialmente en falta, os deseo las mejores navidades posibles. Me acordaré mucho de vosotros.

domingo, 12 de diciembre de 2010

El tesoro a mis pies

El pasado fin de semana hice mi primer viaje a Petra, la que ha sido mi segunda maravilla del mundo moderno después del Coliseo romano... ¡por fin Indiana llegó al escenario de su última cruzada! No quiero ser muy descriptivo con el enclave en sí, ya que espero que todos visitéis este lugar que no decepciona lo más mínimo. Según me monté en caballo en la entrada y caminé entre las abruptas paredes del Siq, no dejaba de sonar en mi cabeza el tema de las películas de nuestro querido aventurero.



Adentrarte en Petra en busca del tesoro es una experiencia que no tiene parangón. La principal diferencia que ví con respecto a otros sitios en los que he estado es que no me costó lo más mínimo -a parte de sentirme como Indiana jones- imaginar cómo fue la vida hace más de 2000 años cuando los nabateos la construyeron y vivieron allí. La majestuosidad del lugar no sólo radica en el espectáculo que suponen sus numerosas ruinas, sino en todo su conglomerado, las geniales vistas que aparecen  ante nuestros ojos de una extensísima ciudad en medio del desierto, ¡que además estuvo abandonada y olvidada durante cientos de años!

Petra, además, nos brinda con grandes momentos, como la soledad y el silencio en frente de la historia del mundo moderno. Fascinante fue estar delante del Tesoro en plena noche, sin turistas alrededor y mirando a las estrellas que iluminaban una de las mayores maravillas jamás construidas por el hombre.

El segundo día tuvimos el placer de compartir varias tazas de té con un grupo de beduinos que venden en los tenderetes en frente del Teatro. La historia fue así: al finalizar un día de más de ocho horas de caminatas, por segunda jornada consecutiva se nos hizo de noche en la bajada de uno de las caminatas a las alturas de Petra.


 Pasando con nuestras móvil-linternas por uno de los tenderetes -ya cerrados, donde algunos beduinos recogían y otros sólo charlaban-, notamos la necesidad de beber agua, ya que las provisiones se nos habían acabado hacía tiempo -niños, por favor, esto no debería pasaros a vosotros-. Les fuimos a comprar una botella pero a la hora de pagarles no tenían cambio -en ese momento me imaginé que me costaría más caro de lo que había pensado en un primer momento-. Entonces el grupo de beduinos nos invitaron a té -fue cuando pensé que bueno, por lo menos no me iba a salir más caro, sino que gastaría mi dinero en un té... alguno pensará que soy un pesetero, pero es que la entrada a Petra ya es bastante cara para un becario/precario como yo-. Sin embargo, una vez más me equivoqué y Mahar y sus amigos nos invitaron tanto al agua como al té, aunque eso no fue ni mucho menos lo mejor, ya que pudimos disfrutar de una agradable conversación sobre sus vidas, sus aventuras y desventuras con los turistas bajo el mejor escenario posible.
 
El fin de semana fue completo con una noche en el desierto de Wadi Rum, visitando los territorios de Lawrence de Arabia, entre interminables montes rocosos y dunas de arena rojiza, similar a la de los desiertos australianos; puesta de sol, noche en el campamento, backgamon a la jordana, un planetario sobre nuestras cabezas, amanecer y camino de vuelta a Israel... 

Con esto, el que quiera saber más sobre Petra, le recomiendo que venga a visitarme y siga las instrucciones de cómo llegar a Petra desde Tel Aviv, ida por el paso fronterizo de Allenby-Rey Hussein, vuelta por Aqaba-Eilat.

Para acabar, algunas fotos de cómo pasé puente de la Constitución española:





sábado, 11 de diciembre de 2010

Un milagro sucedió en Jerusalén

Esta semana pasada he vivido durante algunos días mi primera festividad judía aquí en Tel Aviv, Janucá. Mi desconocimiento sobre la cultura judía hace que esta fuera la única fiesta de la que alguna vez había oido antes, y además no precisamente porque me hubiera informado bien, sino por el curioso personaje aparecido en la serie Friends, el armadillo navideño que decían en la traducción al castellano.

Janucá se trata de una fiesta para los niños, a los cuales se les hace regalos -principalmente golosinas-, no van al colegio, y juegan con sus amigos y familiares. Es típico que durante estos días jueguen con el sevivon, que es como nuestra peonza de toda la vida. Mi casera y vecina me invitó amablemente el día que comenzaba Janucá, el miércoles 1 de diciembre a jugar con sus hijos. Una vez más pude comprobar la influencia de la tecnología en la vida de los israelíes, al ver las curiosas peonzas mecanizadas que tenían. Tuve suerte, y al día siguiente yo también pude disfrutar de este juego como un niño más.

También pude asistir a la divertida fiesta de inauguración de Janucá de ULPAN (la escuela de idiomas en Tel Aviv). Janucá se celebra durante ocho días, durante cada uno de los cuáles se enciende una vela del candelabro judío, la menorá. Es típico tener uno en casa, e incluso en el trabajo. Durante estos días se puede ver a los judíos ortodoxos pasando por las tiendas de Tel Aviv, orando y encendiendo con los dependientes una nueva vela.


El origen de Janucá se refiere a un milagro, cuando los macabeos -grupo de judíos de la época de Alejandro Magno- se rebelaron contra los griegos y vencieron a pesar de ser muchos menos en combate. Cuando regresaron a Jerusalén, se encontraron el Santo Templo profanado, con el candelabro apagado y aceite ritualmente puro para encenderlo un sólo día. Sin embargo, milagrosamente, ese aceite sirvió para encender la menorá durante ocho días, y de ahí la celebración de Janucá. Fué divertido comprobar en Ulpan la cantidad de nacionalidades que había representadas, cuando tradujimos entre todos la palabra "milagro", a cuantos idiomas se hablaban en la sala; y mucho más divertido fue probar uno de los deliciosos sufganiot, bizcochos rellenos de mermelada de fresa que se acostumbran a comer en Janucá, justo antes de emprender mi viaje a Petra.

¡Maccabi! ¡Maccabi!

El día 25 de noviembre asistí en Yad Eliyahu Arena a mi primer partido de baloncesto en Israel. Experimenté los sentimientos encontrados de ver a uno de mis jugadores favoritos -además de mi tierra-, Fernando San Emeterio, contra el equipo venerado en el país donde vivo, cinco veces campeón de Europa, el Maccabi de Tel Aviv. Este equipo de baloncesto se trata sin duda de una de las instituciones israelíes más conocidas internacionalmente.

La palabra Maccabi hace referencia a los macabeos del Antiguo Testamento. Los macabeos fundaron la dinastía real Asmonea, proclamando la independencia judía en la Tierra de Israel durante un siglo, desde el 164 al 63 a. C. Aún son recordados nacionalmente por el pueblo hebreo en la festividad de Jánuca y son considerados Héroes Nacionales del pueblo de Israel. Ahora Maccabi se utiliza en numerosas instituciones y marcas israelíes, como uno de los servicios médicos del país o el propio equipo de baloncesto.

El ambiente fue fabuloso, no me decepcionó para nada. He de reconocer que me emocioné llegando al nuevo pabellón del equipo, al que llegué ya en noche cerrada por la calle Wingate.

Es costumbre de grupos d amigos y familias juntarse los jueves noche para ir a ver al Maccabi, si no puede ser al pabellón, por la televisión. El jueves es el día que comienza el fin de semana en Israel y el equipo programa todos sus partidos de Euroliga ese día de la semana. Ir a ver un partido del Maccabi en Israel es como ir a ver al Real Madrid de fútbol en España -me pueden los colores, lo siento culés-, no sólo en lo que a la tradición se refiere, sino también en precios. Es una locura que en baloncesto sea más caro ver un partido de Euroliga del Maccabi que ver las semifinales de un Mundobasket.


Reseñar que -y otra vez me recuerda al equipo merengue- en Israel, quien no adora al equipo amarillo, lo detesta y quiere que pierda incluso en competiciones europeas. Me encantó el ambiente que se vivió en el pabellón y me pareció una afición, además de volcada con su equipo, tremendamente deportiva y entendida del deporte de la canasta... qué envidia y qué melancolía, pues en cierta manera me recordó a los años de altísimo nivel de baloncesto que nos ofreció en Torrelavega el Lostal primero, Caja Cantantabria depués y Lobos Cantabria para terminar, y a la afición del Vicente Trueba.

En especial me gustó cómo la gran mayoría del público animaba y cantaba constantemente, vestidos de los colores amarillo y azul del equipo. Muy bonito.